miércoles, 20 de julio de 2011

Él tocó la puerta. El pasadizo del piso 8 estaba desierto de ánimas y el sol se encargaba de plasmar, árdidamente, su alma desprovista de descanso. La puerta de roble no se inmutaba ante la violencia de la luz que fulguraba todo en su paso. La manecilla del reloj se escuchaba al otro lado de la puerta, tan solitaria e incesante... Élla abre la puerta.

Se abrieron los ojos de par en par cuando reconocieron aquel rostro demacrado por reflexiones innecesarias. Como siempre pensó. Las manecillas a su espalda afinaban la visión sin dejar de lado la puntualidad de su traqueteo. Como resultado de aquel golpe rítmico, alzó sus brazos para encadenarlo dulcemente a su pecho. El tiempo de reacción duró unos pocos pero eternos segundos, según el reloj.

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