viernes, 26 de agosto de 2011

Corazón.

En eso te veo sonriente, con la alegría entrecortada por la felicidad del momento. Sostienes el libro con incredulidad, el aire fresco que expresan sus páginas te hace soltar la tensión de la rutina. Siempre me gusta verte así, siempre. Respiras, tus ojos vuelven risueños y me estampas un beso con tus labios que suelen engancharse con los mios. El escenario donde estamos sentados se ve iluminado por un tenue farol que, cucufato, nos resondra con sus titileos. Los ignoramos, poco importan.

Al rato nos volvemos a parar, el libro aún no deja de exhalar su suspiro atrevido pero inocente de humor. Los rostros gesticulan muecas relajadas, ufanas; tu regocijo me reconforta con su presencia. Incluso en silencio sé que ríes ahí, dentro de tu pecho. Sí, ahí, donde tus latidos nacen y demuestran que vives. En mi caja sonora y rítmica, donde mis latidos se exhaltan ante todo (pero sólo por breves instantes), aflora esto que [te] escribo y más, mucho más.

Bum-bum, bum-bum.

¡Eureka! Y salto en coordinación con mi metrónomo. Y el libro nos da más sonrisas para nuestro bocabulario.




Yo lo siento más que mucho,
La quiero de verdad

sábado, 6 de agosto de 2011

Descripción.

Extrañaba verlos así, dando sentido a las cosas automáticamente. Una llaga en el camino, una lágrima de hoja seca, un abrazo de cadeneta de papel, la sonrisa inconfundible de la sorpresa. El mundo empieza a descender, asomándose tras de sí un colchón que estanca sus pies con sus plumas de mago. Los cuerpos cobran más vida y dejan caer en el último hálito de la tierra sus pesares, se echan en el nuevo hogar que han creado. Imperturbables, los cabellos juegan a ser ríos negros sin fin, con un fino causal, sensible a cualquier eventual sequía.

Con una mirada microscópica se aprecia el gozo hecho colores y figuras.


Y sin abrir los ojos nos teletransportamos adonde desearíamos estar




Ahora que nos empezó a gustar

lunes, 1 de agosto de 2011

Fotos.

Regresó de su viaje. Aún el cansancio reinaba su cuerpo, merodeaba por sus venas averiguando si algún rincón se había salvado de plaga inofensiva. El reloj marcaba las 6 en punto, decidió que irse a dormir a recuperar un poco de fuerzas era la mejor apuesta por el momento. No lo sabe, pero cuando su cuerpo por fin encontró el ansiado reposo toda su sala se inundó de una inusitada serenidad. Por las ventanas cerradas se exhalaba su paz, el pequeño paseo que se dio resultó agotador en toda cuenta, el descanso era bien merecido. De momento, creyó figurar entre el vació de sus párpados la reconciliación con su ánima. Deseaba poder sentarse a tomar un café y hablar de tonterías, cómo antes. Mas la esperanza ya se había escapado de la caja de Pandora, perdiéndose en algún lugar recóndito del bosque ilusorio, marchito en todas sus hojas y muerto por donde se vea.

Era tarde, las 10 de la noche, aunque felizmente era un domingo, día de relajo. Subió el volumen a su playlist y se puso a bailar con desenfreno por todas las estancias de su apacible hogar, como quien revive de un rotundo y espasmódico sueño. No le importaba que a tan solo un par de kilómetros había alguien adoleciendo su indiferencia, que mutilaba su cuerpo por instantes y pretendía ser feliz con una herida mortal. ¿A quién le importaba? Sólo a él, el genio del hoyo, que escalaba para ser libre pero caía al llegar al borde, tocando fondo en un chasquido de dedos.

Decidió, quizás con inocencia, brindarle una mano. Lástima que alguien volvió a caer para nunca más levantarse. Derrotado, dejó que la sangre manchara su cuerpo y desmenuzara los pocos recuerdos plácidos que aún conservaba.