Diego no le gustaba tener visitas, de hecho siempre eran
desastrosas para la casa. Aunque eran necesarias, debía admitir. El tiempo que
practicaba violín a veces era sofocante incluso a sus 18 años. Si no estaba
practicando, leía, pero la mayor parte del tiempo a solas. Incluso durante sus
clases de colegio, preparándose para la universidad, la soledad se asomaba
rutinariamente. Era hora de cambiar, se dijo, una vez que deje de practicar no
va a pasar nada con las cuerdas
Invitó a Montoya y al ogro, personas con quienes compartía
gustos musicales, pero nada más. Era la oportunidad perfecta. No los conocía
bien así que era una oportunidad de oro para él y despojarse de su vida diaria.
No resultaron ser, pues, los invitados más educados. La
ensalada que les invitó resultó volar por los aires, juntos con los tomates desparramados
que hacían del comedor una graciosa escena de crimen. Empezaron a jugar con el violín,
haciéndolo chillar a más no poder. Él, con su escuálido cuerpo no los podía
parar. Corrió al ropero a refugiarse mientras ellos lo desquiciaban con sus
gritos..
A Diego nunca le gustó la gente, ni las visitas, ahora ve
por qué.
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