viernes, 24 de junio de 2011

Aún tengo.

Aún tengo atorados en mi garganta flores que se marchitaron, van haciéndose camino en forma de vómito al acercárse a la boca, donde finalmente serán expulsados dejándome ese agrio gustillo en el paladar.

Aún tengo la mirada empañada de tanta lluvia que ha caído en mi ciudad, las luces se ven difusas y cada paso dubitativo, lleno de tristeza, tambalea gracias a la gravedad del contexto.

Aún tengo el corazón acelerado, agitado por trastabillar en esta inquieta niebla que calla lo que pienso, fiel a su naturaleza inhibidora. Caigo, caigo.

Aún tengo la tráquea hinchada de fluidos que me recuerdan lo abominable/bello de vivir. Ignoro con cuál adjetivo quedarme, mi respiración se dificulta con el agua que me ahoga en este aire engañoso, que pretende purificar las invocaciones ciegas de mis deseos más profundos.

Aún tengo guardada en la repisa de mi cuarto la carta que escribiste. Las náuseas abundan en esa sopa de letras sin sentido (caóticas, inverosímiles, horrendas).

Aún tengo lo que alguna vez juré abandonar y, sin embargo, se adhiere más y más a las sábanas de mi cama, de mi cabellera también incoherente con el viento que sopla y tiende a peinarla, anárquicamente.

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