domingo, 20 de abril de 2014

Café tres

Me gusta escribir, de cuando en cuando, a modo de monólogo, como si alguien me escuchase al otro lado de la pantalla. Escucho en plena noche fuegos artificiales, seguro de alguna festividad que ignoro. Escucho música relajante, descubro nuevos artistas, el teclado me saluda con cada frase que logro formar. Darle animismo a algunas cosas que vivo es un afán que trato de no olvidar, si no el silencio se molestaría conmigo.

En eso, un despertador salta en plena madrugada. Un clarinete le responde como por arte de magia, con una secuencia de arpegios que no respiran entre sí. En medio de este rayo de luz que logré guardar en mis manos, he aprendido a mirar con tranquilidad los hechos desfasados de lo cotidiano. Al menos la guitarra me dice eso. 

Pero no olvidar, ojo, que sigo siendo una persona. Más que un medium que se deja llevar por lo que la inconsciencia le susurra por ratos, soy un ente que cree aún en la nobleza (sí, aún). A pesar de los dardos que el infortunio suele lanzar en mi espalda (ni qué decir de sus lanzas afiladas). Para mi sorpresa y a veces desdicha, aún creo en las ficciones que me inculcaron de niño. Tal vez haya un mundo mejor allá afuera.

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