Extrañaba verlos así, dando sentido a las cosas automáticamente. Una llaga en el camino, una lágrima de hoja seca, un abrazo de cadeneta de papel, la sonrisa inconfundible de la sorpresa. El mundo empieza a descender, asomándose tras de sí un colchón que estanca sus pies con sus plumas de mago. Los cuerpos cobran más vida y dejan caer en el último hálito de la tierra sus pesares, se echan en el nuevo hogar que han creado. Imperturbables, los cabellos juegan a ser ríos negros sin fin, con un fino causal, sensible a cualquier eventual sequía.
Con una mirada microscópica se aprecia el gozo hecho colores y figuras.
Y sin abrir los ojos nos teletransportamos adonde desearíamos estar
Ahora que nos empezó a gustar
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