Aún tengo la tráquea hinchada de fluidos que me recuerdan lo abominable/bello de vivir. Ignoro con cuál adjetivo quedarme, mi respiración se dificulta con el agua que me ahoga en este aire engañoso, que pretende purificar las invocaciones ciegas de mis deseos más profundos.
Aún tengo guardada en la repisa de mi cuarto la carta que escribiste. Las náuseas abundan en esa sopa de letras sin sentido (caóticas, inverosímiles, horrendas).
Aún tengo lo que alguna vez juré abandonar y, sin embargo, se adhiere más y más a las sábanas de mi cama, de mi cabellera también incoherente con el viento que sopla y tiende a peinarla, anárquicamente.