Se abrieron los párpados al unísono cuando sus ojos reconocieron aquel rostro demacrado por reflexiones innecesarias, como siempre pensó. El reloj a su espalda afinaba la visión sin dejar de lado la puntualidad de su traqueteo. Como resultado de aquel golpe rítmico, alzó sus brazos para encadenarlo dulcemente a su pecho, el tiempo de reacción duró unos pocos, pero eternos, segundos.
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